CONCURSO DE MARCAPÁGINAS.
Carlos Manzano 1ºA:
CONCURSO DE CUENTO DE NAVIDAD.
Marina Rivera 2ºB, con Cuento Navideño. (Primer ciclo)
Laura Caro Montero 3ºB, con Las Navidades de Sara. (Segundo ciclo)
Esta es la historia de un pequeño pueblo al norte de Rusia. Holdavit era una aldea cercana al océano glacial, de unos doscientos habitantes, en donde la vida transcurría al igual que en toda Rusia, pero esa aldea tenía una peculiaridad; no había una religión. Los aldeanos adoraban al sol, a la nieve, pero se sentían raros, diferentes, hasta que descubrieron la Navidad.
Todo comenzó el 17 de noviembre de 1996 cuando la hija del alcalde, la joven Ilia, decidió viajar a la capital en busca de un trabajo que le llenase, pues la vida rural no era para ella. Partió pues a la estación de tren más cercana, situada a doscientos cuarenta kilómetros de su aldea. Cuando llegó descubrió un mundo distinto al suyo, lo cual le encantó. Durante su viaje en tren, Ilia siguió averiguando más y más cosas sobre aquella realidad, no todas buenas, pero algunas personas se lo tomaban con optimismo porque cuando llegara "la fecha" todo sería distinto y se olvidarían de los males, razonamiento que la joven no entendió.
Ya por fin en la capital se dispuso a encontrar empleo, pero por más que preguntaba y suplicaba nadie le hacía caso. Desesperada, siguió andando por las ajetreadas calles de Moscú. Tan concentrada estaba a en sus pensamientos que no se dio cuenta de que se encontraba en un barrio distinto. Cuando volvió a la realidad quedó completamente fascinada. Unas coloridas guirnaldas colgaban de las casas y atravesaban las calles. Los árboles y arbustos de los jardines y parques estaban decorados con numerosas figuras colgando de sus ramas. En los balcones de las casas lucían hermosas mantas bordadas, todas, con una imagen de un niño inocente con una corona a quien aquella gente alababa como un rey.
Ilia estaba cofundida pero, mientras admiraba todo lo que veía, encontró un sencillo hostal donde pasar la noche. allí una joven llamada Oxana la alentó un poco. Resultaba que se encontraba en un barrio cristiano y todo estaba ambientado así porque llegaba la celebración del nacimiento del Señor. Oxana explicó a Ilia, además, todo sobre su religión. Ilia quedó satisfecha y a la mañana siguiente se encaminó de nuevo en su busca. Mientras se acercaba al centro de la ciudad no podía apartar de su mente lo que le había contado Oxana la noche anterior y, de pronto, se acordó de su pueblo, de que había lago que les faltaba, y eso era, una religión. De repente todo cambió. Se dirigió a la estación de tren más cercana y se dispuso a emprender el camino de regreso.Cuando llegó era 23 de diciembre, justo a tiempo. Los aldeanos pensaron que, o venía porque había encontrado trabajo y se mudaba, o que había sido un fracaso y volvía decepcionada. La mezcla de emociones que bullía en sus mentes fue aclarada cuando Ilia les habló de la Navidad. A todos les gustó la idea y poco a poco, la aldea recobró la felicidad y la alegría. Al día siguiente celebraron eso tan bonito que llamamos Navidad, todos juntos, como una familia.
Marina Rivera 2ºB
Sara es una chica de 16 años que vive con su abuela Rose en Nueva York porque sus padres fallecieron en un accidente de tráfico durante las Navidades de hace tres años. Desde entonces la joven no celebra la Navidad. Sólo queda un mes para que llegue el evento y como los tres años anteriores, Sara no tiene intenciones de celebrar nada, pero aunque ella no lo sabe, está equivocada.
El sueño de Sara es patinar sobre hielo, pero la economía de su abuela no le permite comprarse unos patines. todos los días ve a las siete en punto su programa favorito "Patinaje sobre hielo", porque es lo más cerca que piensa que está de su sueño.
Un día, la chica bajó al supermercado que se encuentra a dos calles de su casa. Después de comprar lo necesario, fue a curiosear la zona de regalos. De repente algo le llamó la atención, unos patines de hielo preciosos, de color blanco nieve y azul cielo. Después de observarlos y tocarlos durante un rato, conteniéndose las lágrimas, se dio la vuelta bruscamente para no seguir viendo aquellos patines que le hacian recordar, que jamás podría cumplir sus sueños, y se chocó con un chico alto y moreno, de unos 18 años, que se agachó apresuradamente a recoger la compra que la joven muchacha le había tirado. Sara se agachó también para ayudarlo.
-Lo siento, no me había dado cuenta de que estabas detrás- dijo la chica algo arrepentida.
-No te preocupes, no importa - dijo el chico alzando la cabeza.
Cuando Sara se levantó, se quedó un momento mirando los preciosos ojos azules de aquel muchacho, que sin saber por qué, le resultaba conocido. Al sentirse incómoda tras la mirada de aquel joven al que algún día había visto, siguió con lo que estaba haciendo.
-¡Vaya! veo que patinas -dijo cogiendo unos bonitos patines negros-.
-¿Te gustan? Sí, patino en un centro que se encuentra a dos manzanas de aquí, ¿quieres venir y te lo enseño? Por cierto, me llamo Jake.
-Yo soy Sara, y claro que quiero ir -dijo la chica con una sonrisa de oreja a oreja y con un brillo de emoción en sus ojos.
Después de pagar sus compras, salieron del supermercado y tras dos manzanas llegaron a un centro enorme, con unas letras de colores en las que ponía "Centro de patinaje".
Al entrar había un árbol de navidad de unos diez metros y al lado de este, una puerta que daba a la pista de patinaje.
-¿Te apetece patinar? - le preguntó el chico sonriendo-.
-Pues... me encantaría, pero no tengo patines; además, no sé patinar, sólo lo hice una vez con siete años -dijo la chica, tras recordar aquella vez, en la que sus padres estaban ahí para verla cumplir su sueño nueve años atrás. Dos jóvenes a los que se les veía felices, entraban a una pista de patinaje, cada uno agarrando con una mano a una niña de siete años que se encontraba entre ellos.
-Mamá, papá, quiero patinar -dijo la niña dando saltitos de alegría-.
-No, Sara, puedes caerte y hacerte mucho daño -dijo la joven mujer.
-Vamos cariño, yo patinaré con ella y la agarraré para que no se caiga -dijo el joven hombre que se encontraba a su lado.
-Está bien, pero tened mucho cuidado.
Al oír esto, la niña le dio un beso a su madre y otro a su padre, del que tiró con toda su fuerza para llevarlo a la pista. Cuando el padre estaba seguro de que su pequeña hija sabía patinar, le soltó la mano y dejó que lo hiciera ella sola. Lo estaba haciendo muy bien, hasta que chocó con un niño de unos nueve años, tenía ganas de llorar, pero se empezó a reír junto a aquel niño, que años más tarde se había vuelto a encontrar.
-Eso no es ningún problema, yo puedo enseñarte, y además, tengo aquí mis antiguos patines -dijo Jake, sacando de una bolsa de deporte unos patines rojos-.
Estuvieron patinando durante dos horas, después el chico acompañó a casa a Sara.
-Mañana pasaré a recogerte sobre las ocho -dijo el chico mientras caminaba-.
Día tras día, lo dos jóvenes iban juntos a patinar y ya sabían varías cosas el uno del otro, como lo que le ocurrió a los padres de Sara, contándole también que debido a eso, no celebraba la Navidad. Los chicos empezaron a salir como pareja y Jake le propuso a Sara que cenara con él y su familia en noche vieja.
-Ya sabes que también vivo con mi abuela y no me gustaría dejarla sola un día como este, además , tengo la costumbre de no festejar estas fechas.
-Venga Sara, tu abuela no es ningún problema, también puede venirse, sobrará comida y hay mucho espació, seguro que a mi madre le encanta la idea, le caíste bien.
-De acuerdo, iré -dijo la chica, dándole a su novio un beso.
El 31 de diciembre, Jake pasó a recoger a Sara y a su abuela en su coche. Al llegar a la casa, los padres de Jake se levantaron a saludarles, María y Sergio, sus hermanos pequeños, corrieron a abrazar a Sara. Cuando la cena acabó, Jake las llevó a casa.
El 6 de enero, día de reyes, volvieron a casa de Jake a comer. Todos estaban abriendo los regalos menos Sara y su abuela, entonces Jake llegó con dos paquetes en las manos.
-¿Pensábais que no había nada para vosotros?
Para Rose había una bufanda, unos guantes y unos pendientes preciosos, Sara, sin embargo, se quedó sin palabras cuando abrió su regalo.
-Te vi mirando esos patines el día en que te conocí y pensé que te haría ilusión.
-No tenías que haberte molestado, muchas gracias, Jake -dijo con los ojos llorosos y llenos de emoción.
Después de unos meses, la abuela de Sara falleció, por lo que Sara y Jake decidieron irse a vivir juntos a una casa enorme, y como no, con pista de patinaje para que ambos hicieran lo que más les gustaba: patinar.
Laura Caro Montero 3ºB.